Ha vuelto el otoño, y con él mis esperadas
tardes de bruma y hojas.
Son aquellas tardes de sol envueltas de una
especie de bruma o neblina y aunque el ambiente es frío, el calor del sol
resulta deliciosamente reconfortante.
Son aquellas tardes en las que me apetece
salir a caminar. Caminar por las calles, por los parques cubiertos con las
hojas que han ido cayendo de los árboles. Son estas tardes en las que
empiezan a encenderse las chimeneas y se percibe el olor de la madera
quemada.
Tardes en las que uno es más propenso a abrir
la mente y fijarse en muchas cosas. Cuando se toma conciencia que cada día
está lleno de pequeñas cosas, pequeños detalles que hacen que el día sea
especial a su manera. Las que en conjunto hacen que se formen los grandes
acontecimientos.
El encanto de las pequeñas cosas es su
sencillez. Pasan constantemente, pero resulta muy fácil no percibirlas, pues
estamos siempre preocupados o pensando en tantas otras que las dejamos
escapar.
Sin embargo, en las tardes de bruma y hojas es
cuando se van sucediendo una tras otra las pequeñas cosas. En realidad no es
que sucedan exclusivamente entonces, sino que es cuando más abierto estoy a
verlas y el hacerlo resulta gratificante.
Es ver a los niños jugar en el parque. Ver a
los padres sonreír al verlos jugar.
Es recordar a los amigos. A los buenos amigos
que te llenan el alma con su compañía. Son las ganas de darse uno mismo a
los demás.
Es pasear de la mano de la persona a la que
uno quiere. Contemplarse en unos ojos y sentirme perdido en su profundidad.
Es dedicarse una sonrisa. Darse cuenta de la suerte de saber qué es amar.
Es quererse a uno mismo y querer a los demás.
Para mi, es ponerme contento porque llueve, o
porque me he acordado que en la vitrina tengo figuritas nuevas para poner en
el belén.
El belén… Es alegrarme porque falta poco para
Navidad. Es llenarme de ilusión al pensar en que tengo muchas ideas que
plasmar y cosas que construir para poder disfrutar y hacer disfrutar a los
demás cuando esté montado.
Es el deseo de querer seguir viviendo, porque
cuando uno percibe las cosas pequeñas, se siente lleno de tantas sensaciones
que parece desbordar. Sentirse reconfortado, animado y muchas veces feliz
con lo que uno tiene.
En estos tiempos que nos toca vivir, tan
complicados en demasiados aspectos, deberíamos fomentar tener más tardes de
bruma y hojas como yo las llamo. El nombre es lo de menos, pues para cada
uno serán diferentes; de lo que se trata, es no dejar pasar ni desperdiciar
las cosas pequeñas. El saber percibirlas, y mucho más importante, el saber
valorarlas.
Nos llegan tardes de otoño. Y cada vez falta
menos para Navidad.
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