REFLEXIONES

 

Del Pesebre a la Cruz

Autor: Tigrio

 

Pender de un leño, traspasado el pecho

y de espinas clavadas ambas sienes,

dar tus mortales penas en rehenes

de nuestra gloria, bien fue heroico hecho;

 

pero más fue nacer en tanto estrecho

donde, para mostrar en nuestros bienes

a dónde bajas y de dónde vienes,

no quiere un portalillo tener techo.

 

No fue esta más hazaña, oh gran Dios mío,

del tiempo, por haber la helada ofensa

vencido en flaca edad con pecho fuerte

 

(que más fue sudar sangre que haber frío),

sino porque hay distancia más inmensa

de Dios a hombre, que de hombre a muerte.

 

Este soneto, de don Luis de Góngora, nos servirá de hilo conductor a lo largo de esta reflexión sobre las relaciones entre la Navidad y la Semana Santa. A priori parece que dichas conexiones son, si no inexistentes, al menos un tanto peregrinas. Pero, a poco que nos paremos, vendrán a nuestra mente algunos puntos en común.

Si pensamos en las artes plásticas, los belenes no dejan de ser una representación del nacimiento de Jesús, mientras que la Semana Santa es otro tanto, pero circunscrito a la pasión y muerte de Cristo. En los Pesebres, el primer episodio es la Anunciación del ángel a María; cerrando el ciclo de la Navidad, la Presentación del niño Jesús al Templo, o, si se prefiere, la escena de Jesús ante los Doctores de la Ley. Los "pasos" nos muestran cada una de las escenas que van desde la Ultima Cena hasta el Sepulcro. La Navidad abre las representaciones artísticas de la vida de Cristo; la Semana Santa las cierra.

El segundo escalón lo conforma la música. En ambas épocas del año litúrgico se entonan una serie de cánticos propios. Así, en la Navidad tenemos los villancicos, canciones populares que se remontan al Medievo; en Semana Santa, una serie de motetes que aluden a la Pasión de Jesús. Cantos de gloria y alegría frente a cánticos luctuosos y de dolor. Muchos de nuestros más insignes compositores musicales, tales como Tomás Luis de Victoria, Cristóbal de Morales o Francisco Guerrero compusieron piezas musicales para ambos acontecimientos.

Subiendo un nuevo peldaño en los puntos en común, hallamos la literatura. Quisiera en este apartado centrarme en la poesía, puesto que en ella encontramos numerosos ejemplos de las interconexiones entre Navidad y Semana Santa. Desde la más temprana Edad Media se compusieron himnos y poemas dedicados al nacimiento y muerte de Cristo, algunos de los cuales pasaron a conformar las primeras representaciones del teatro medieval; es el caso de los llamados Misterios o Milagros, claros precedentes del Auto Sacramental. Pero, volviendo al tema que nos ocupa, es sobre todo en la poesía del Siglo de Oro en donde más claramente se observan estas asociaciones.

Nuestra reflexión se abría con un soneto de Góngora. El título es claro y diáfano: ‘Al nacimiento de Cristo, nuestro Señor’. Pero, algo no encaja cuando leemos en primer verso: ‘Pender de un leño, traspasado el pecho’. ¿Acaso no estamos asistiendo al escenario del Calvario? Efectivamente. Los primeros cuatro versos nos describen la escena de la Crucifixión, en tanto que los cuatro siguientes nos trasladan hasta Belén. Ambas escenas se dibujan con tintes dramáticos y sombríos: el nacimiento y muerte de Jesús estuvieron rodeados de dolor, de estrecheces, de pobreza. Las comparaciones, simetrías y oposiciones al estilo gongorino vuelven a intercalarse en el resto del poema, para poner de manifiesto una vez más que Cristo vino al mundo desnudo y desvalido, y se marcho de él de la misma forma. Pesebre y cruz son para Góngora la prueba irrefutable del sacrificio de Jesús.  La contundencia de los versos finales no deja duda alguna: sino porque hay distancia más inmensa / de Dios a hombre, que de hombre a muerte. El mismo Dios ha querido que su único hijo viniera a este mundo para salvarnos con su nacimiento y muerte.

No obstante, las mayores relaciones que se dan entre la Natividad y la Semana Santa se hallan en el ámbito escritural y litúrgico, tanto en lo que atañe a las  Sagradas Escrituras como a los Ritos y tradiciones de la Iglesia. Al término del mes de febrero comenzábamos el tiempo de Cuaresma, preparación de la Pascua; al final de cada año tenemos un período similar, el Adviento, preludio de la Navidad. Ambas son épocas de meditación, de reflexión preparatoria para celebrar los dos acontecimientos más importantes de todo el año litúrgico. El altar está desprovisto de cualquier adorno, el sacerdote usa vestiduras moradas como símbolo de esa penitencia y espera que, en ambos casos, desembocará en un acontecimiento feliz: el nacimiento de Jesús y su resurrección. Incluso la Nochebuena y la Vigilia Pascual son en cierto punto simétricas, no solo por los pregones que se leen, sino en que en ambas Cristo es luz que viene a iluminar el mundo: Jesucristo alfa y omega, principio y fin, ahora y siempre.

Para finalizar, quisiera poner un foco de atención sobre el siguiente fragmento del evangelio de Lucas, altamente significativo para nuestros argumentos:

«Este está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción ― ¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!― a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones.» (Lc 2, 34–35)

Estas palabras fueron pronunciadas por el anciano Simeón durante la presentación del niño Jesús en el templo. Sus padres, al igual que todos los de Israel, presentaban a sus hijos en el templo al octavo día para su circuncisión. Durante el transcurso de la ceremonia, Simeón ― comprendiendo que tenía delante de sí al Mesías ― en un aparte, cogió a María y le dijo esas palabras tan reveladoras sobre el futuro de su hijo y el suyo propio (Mater gaudiosa / Mater dolorosa). Cristo fue durante su vida motivo de contradicción, de caída y elevación: la persecución de Herodes, el exilio a Egipto, la visita de los Magos, el debate con los doctores de la ley mosaica, su vida pública, su predicación y milagros, su entrada triunfal en Jerusalén, la traición de Judas, su juicio y condena a muerte sumarísimas, y la cruz.

De todo lo visto hasta el momento, desde las representaciones artístico–escultóricas, musicales y poéticas, hasta las litúrgico–escriturales ponen de manifiesto un hecho indiscutible e innegable: que las relaciones entre la Navidad y la Semana Santa existen y están ahí, ante nuestros ojos. Ambas son alfa y omega, el principio y fin de la vida de Jesús, indesligables por tanto de su misma existencia.

Adoramus Te, Christe, et benedicimus Tibi,

quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum

 

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