Cuando hoy he
empezado a buscar las figuras del belén infantil para mi nieta, será la
primera vez que ella verá como hacemos un belén (quizás me precipite, pues
sólo tiene dos años y medio), me ha venido a la memoria el primer, o los
primeros "pessebres" que recuerdo de mi infancia. Estos los hacía mi abuelo,
un hombre alto y fornido, "Isidre el municipal"; aquel hombre serio, que
vestido con su uniforme daba respeto, mientras montaba el "pessebre" se
volvía un poco niño.
Los
preparativos empezaban unos días antes, iba a unas escombreras que tenía la
Renfe a buscar "cagaferro", la escoria del carbón que salía de las calderas
de las máquinas de vapor. Este material es como una roca muy porosa, cuyas
ventajas consistían en que era fácil de conseguir y, una vez terminada su
función, se podía uno desprender de ella, no hacía falta guardarla para el
próximo año como el corcho ni comprarla.
Esta era la
primera fase; el siguiente paso era ir a buscar tierra a un pequeño terreno
de nuestra propiedad, la tamizaba con un cedazo y guardaba las piedrecitas
aparte.
También hacía
su salida a buscar precisamente piedras para hacer los bancales del belén.
Era una de sus especialidades.
Con todo esto
ya empezaba el montaje del "pessebre". Mi hermana y yo mirando sentados a
una distancia prudencial, y es que hacía una especie de pasta con tierra,
yeso y agua (parecía chocolate) un tanto ligera, en la que sumergía los
trozos del "cagaferro", y de allí, casi como por arte de magia, salían los
montes, las peñas, las vaguadas, la cueva o establo (dependiendo del año),
el cauce del río (éste lo hacía con el papel de plata de la tableta de
chocolate). Después le tocaba el turno a los bancales; construía los muros
de estos con las piedras que había recogido y la misma pasta que he descrito
antes, aunque un poco más espesa para que sirviera de argamasa.
Terminado
esto, mi hermana y yo podíamos participar en el montaje de "nuestro belén",
es decir, aportábamos nuestro granito de arena; todo eran nervios esperando
que llegara el primer sábado para salir al monte a buscar el musgo y las
ramitas de los árboles que poblarían nuestro belén, además de alguna que
otra piedra más. Después, llegar a casa, cenar e irse a dormir corriendo,
pues al día siguiente, el domingo, era el gran día.
Mi abuelo
comenzaba antes de que nosotros nos levantáramos (seguro que para que no le
diéramos la tabarra), ponía todo lo que debía ir más al fondo, el musgo, los
árboles, alguna de sus casas, hechas por supuesto por él con "rajola" (decía
que en las de corcho no entraban las figuras). Así cuando llegábamos
nosotros ya estaba el fondo casi montado, pero quedaba lo más importante. Ir
a buscar aquella caja de champán (todavía no lo llamábamos cava) de madera,
en la que durante unos meses habían dormido nuestras figuras. Y surgían
entonces las riñas habituales entre mi hermana y yo para ver quien
desenvolvía más figuras: que si la hilandera, el cura con el paraguas rojo,
el cazador, el pastor blanco (también llamado hombre de las nieves o
silvano; nominación que por cierto ha dado que hablar en el Foro de
Belenismo), la lavandera y los Reyes a caballo (los otros había que
guardarlos hasta el mismo día de Reyes).
Se ponían los
pastores con su ángel anunciando, y por último, se ponía en la cueva o
establo el Nacimiento. Ya sólo quedaba una cosa en el tintero, dar una
vuelta por la calle comercial, mirar todas las tiendas que vendían figuras y
ver qué se podía comprar ese año.
Hasta aquí mis
primeros recuerdos belenistas. Sólo pienso aquello que mi abuelo me inculcó.
¿Seré yo hoy capaz de inculcarle a mi nieta con la cantidad de estereotipos
y cosas nuevas? Sólo espero que sí, y que ella, al cabo de muchos años, se
haga estas mismas reflexiones cuando vaya a montar el primer belén para su
nieta.
Que esta
tradición tan nuestra siga siempre viva.
Feliz Navidad
a todos los abuelos que nos estrenamos en este cargo haciendo el belén para
nuestros nietos. Que haya paz y buenaventura para toda la humanidad.