REFLEXIONES

 

Sobre las tradiciones

Autor: Javito

 

Al llegar los últimos días de Noviembre, empezaba a invadirme un sentimiento de emoción incontrolable.

Era costumbre en casa de mi abuela sacar el Arbol de Navidad y lavarlo, porque era de aquellos de plástico desmontable, para que estuviese limpio de polvo. Y lo poníamos a secar en las cuerdas de la ropa. Me encantaba ver todas las ramas tendidas al sol, mientras las iban completando con las hojas que se habían caído.

Por fin llegaba el 30 de noviembre por la noche, y era cuando pasadas las 12, muertos ya de sueño, cuando mi tío empezaba a montar el Arbol de Navidad y el Nacimiento.

Qué buenos recuerdos. Casi me emociono al recordar la imagen del árbol, con sus lucecitas de colores encendidas y las bolas de terciopelo naranja, cuando ya no podíamos más del sueño. Y al levantarnos por la mañana ver el nacimiento, con su musgo recién puesto y el serrín oliendo a madera.

Será porque me he criado en un ambiente en el que, tanto el Arbol de Navidad como el Nacimiento eran tan aceptables e imprescindibles como Papá Noel (para nosotros entonces Santa Claus) o los Reyes Magos, por lo que no me cuesta ser tolerante con las costumbres que nos llegan de fuera.

Yo llegué de fuera. Mis padres nos trajeron aquí cuando yo tenía 10 años. Un niño español nacido en Centroamérica. Será porque en El Salvador es tan normal todo lo que acabo de contar, por lo que no concibo la Navidad sin ninguno de sus elementos. Cuando llegué aquí, con mis 10 añitos, no tuve que renunciar a mis costumbres, siempre hemos tenido el Arbol y un Belén y regalos por Navidad y Reyes. Nada me costó adoptar las costumbres que me acababa de encontrar.

Ahora oigo a la gente protestar porque en los balcones se cuelga un Papá Noel, o en las casas, en lugar de un Belén, haya un Arbol de Navidad. Y digo yo, ¿qué más da? Cada uno es libre de poner en su casa lo que le apetezca, algo en lo que crea, o no poner nada.

No digo que haya que renunciar a las costumbres que fueron nuestras desde el principio, con las que hemos crecido. Por eso yo no renuncio a las mías ni pretendo que nadie renuncie a las suyas. En la variedad está el gusto y en la pluralidad, la riqueza. Aprendamos de los que nos vienen de fuera, así como ellos querrán aprender de nosotros.

En un mundo convulso, en el que los humanos nos empeñamos en combatir los unos con los otros, en pisotear y humillar al débil, aunque sea sólo por Navidad... TOLERANCIA.

 

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