Cada año volvían a encontrarse los buenos Reyes Magos en el
oasis. Allí hablaban del pequeño niño que habían visto en Belén.
Se acordaron de que cuando pasaban por aldeas, pueblos y
ciudades, los niños venían a verlos y se quedaban mirando la
caravana sorprendidos.
Un año, llevaban varios camellos cargados de dátiles y frutos
secos; al ver que algunos de los niños eran muy pobres,
empezaron a repartir entre todos los pajes y criados de los
Reyes el cargamento.
Tan contentos se quedaron todos que decidieron volver todos los
años a repartir cosas entre los niños.
Y cada año que pasaba iban a más sitios y las caravanas eran
cada vez más y más grandes y fue creciendo entre los pueblos la
fama de los misteriosos magos venidos de Oriente.
Pasaron muchos años y otros muchos años más. Llegaron los años
en los que otros reyes vivían en los castillos, y los caballeros
cruzaban el mundo en busca de aventuras. Por aquel entonces, los
Magos de Oriente recorrían todo el mundo y viajando una noche,
recordando aquel día en que fueron a Belén, pasaron por un
pequeño pueblo en un país con forma de bota llamado Italia.
El pueblo se llamaba Greccio y al pasar cerca de un monasterio,
descubrieron una cueva en la que rezaba un monje delante del
pesebre. Bajaron de los camellos y se quedaron mirando en
silencio.
De un rinconcito vieron aparecer a una ratita muy viejita y un
pequeño ratoncillo que los miraban extrañados. Se agachó el rey
Baltasar y los subió a su mano con cuidado y hablando muy
despacio para que no se asustasen les preguntó qué era lo que
hacían allí. Ambos le contaron todo lo que había ocurrido y
después de un rato, se juntaron los tres Reyes a hablar entre
ellos.
Vino a decir Melchor:
- Hemos pensado, que si no os importa, nos gustaría llevaros con
nosotros.
- Viviríais conmigo en mi laboratorio -dijo Baltasar.
- Florita, a ti te vendría bien el clima seco del desierto para
tus huesos tan delicados y queremos que Rasim nos acompañe por
nuestros viajes contando lo que ha sucedido aquí, para que todos
los niños del mundo sepan las maravillas de la Navidad.
El ratoncito Rasim y la ratita Florita se pusieron muy
contentos, dijeron que sí enseguida y se montaron en el camello
de Baltasar, y metidos en una bolsa de lana de cabra muy
calentita viajorn con los Reyes toda la noche, y todo el día,
durante muchos días y muchas noches, pero como iban con los
Reyes Magos, el tiempo pasaba volando.
Desde aquella noche la Navidad en la gruta de Greccio, recorrió
el mundo con los Reyes Magos, contando la historia de Francisco
y la del nacimiento del niño Jesús que nació en Belén.
Hace muchos años que Florita fue a vivir al cielo de los
ratoncitos, y creo que dentro de poco también iré yo a hacerle
compañía, pero siempre habrá un ratoncito Rasim viajando en la
bota del Rey Baltasar, colándose debajo de las alacenas de las
cocinas, o escondiéndose detrás de las neveras, o escribiendo
dentro del calcetín de cualquier niño, para que todos los niños
sepan el significado de la Navidad y nunca dejéis de creer en
los Reyes Magos.