Viajaron cruzando desiertos, subieron montañas y descendieron
los valles, siempre bajo un cielo plagado de estrellas y
siguiendo aquella Estrella que empezaba a brillar con más
intensidad.
Soportaron tormentas de arena, el calor del día y el frío de las
noches, pero seguían avanzando sin cesar en su afán de descubrir
al Rey que la estrella venía a anunciar. Y lo que más les
llamaba la atención, era que por cada aldea, pueblo o ciudad por
donde pasaban, montones de niños los seguían.
Un día se pararon a descansar y, mientras se montaban las
tiendas y bebían los animales, se dieron cuenta que habían
cruzado la frontera del reino del rey Herodes.
Contentos por encontrarse al fin en Judea, cruzaron la entrada
de la ciudad de Jerusalén preguntando dónde estaba el Rey que
había nacido.
Fueron conducidos ante Herodes, que les ofreció comida y bebida
en su palacio, y quiso saber de dónde venían.
- Venimos de lejos siguiendo la estrella del nuevo Rey que ha
nacido -hablaron los tres y le explicaron a Herodes lo que
habían visto-.
- Entonces, id y encontrad al nuevo Rey, pues yo también quiero
ir a adorarle.
Salieron los reyes del palacio de Herodes y desconfiando de sus
intenciones decidieron que si encontraban al niño, volverían por
otro camino y no dirían nada a Herodes.
Recogieron el campamento y cuando se hizo de noche, se dieron
cuenta de que la estrella había dejado de moverse y parecía
brillar sobre la pequeña ciudad de Belén.
Buscaron por todo Belén al niño, y muchos encontraron pero
ninguno de ellos era el que ellos buscaban.
Decidieron pasar la noche en los campos que había en las afueras
y al pasar por un establo, oyeron llorar un bebé.
Se pararon y descendieron de sus monturas y, descubrieron en la
más absoluta pobreza, acostado entre las pajas de un pesebre, un
bebé y a sus padres que les miraban sorprendidos.
- Déjanos ver al niño -dijo Baltasar al padre.
- Si, venimos desde muy lejos siguiendo su estrella -dijo
Melchor.
- Queremos ver a nuestro Rey -dijo Gaspar, arrodillándose y
quitándose el turbante.
La madre cogió al niño en brazos y lo puso delante de los magos,
que lloraron de alegría al verle.
Llamaron cada uno a sus sirvientes que entraron con tres
presentes para el niño.
- Te traigo oro -dijo Melchor- porque eres mi Rey y Rey de todos
los pueblos.
- Incienso para engrandecerte como Hijo de Dios -susurró Gaspar.
- Mi regalo es la Mirra, la resina más preciada de Oriente, y
también la más amarga, pues muchas cosas han de sucederte -dijo
Baltasar.
Se levantaron los tres y tras mirar al niño por última vez,
llenos de amor, se despidieron dando gracias y bendiciones a
Dios.
Montaron de nuevo y salieron de Belén llenos de gozo, porque
habían terminado su viaje y con gran alegría, decidieron volver
al oasis dando un rodeo para no ver a Herodes y se perdieron en
el resplandor del amanecer".