El Belén del Príncipe se lo debemos al
monarca Carlos III y a su indudable pasión por los belenes, afición que
se trajo de Nápoles, cuando era monarca también de dicho país. A su
regreso a España en 1759 toma como residencia el palacio del Buen
Retiro, donde siguió con su afición por los belenes, montando en él un
Nacimiento, continuando así la tradición que existía en España desde
tiempos de Felipe III. Ya en 1761 hay abundante documentación sobre la
compra de figuras en Nápoles a través de distintos corresponsales, lo
mismo para su hijo Carlos IV como para el hermano de éste, el Infante
don Gabriel, gracias a lo cual se empezó a germinar el Belén del
Príncipe.
En 1764 Carlos III se traslada al Palacio
Real, allí mantuvo con fuerza su afición por el Belén destinando en su
nuevo hogar una sala en exclusiva para instalar allí figuras y grupos
con la ayuda de albañiles, joyeros, carpinteros, escultores, vidrieros,
plateros, herreros, y gentes de diferentes oficios, dando lugar a un
gran trabajo realizado por los diferentes gremios de aquella época.
Los encargados de las figuras fueron los
imagineros valencianos José Esteve Bonet y José Ginés Marín, así como el
murciano Francisco Salzillo; las figuras fueron realizadas en diferentes
tamaños con el fin de guardar la perspectiva en las distintas
composiciones. Son destacables las 180 figuras de unos 50cm que modeló
el imaginero valenciano José Esteve Bonet, representando estas los
oficios y costumbres del reino de Valencia, por expreso deseo del
monarca.
Entre estos oficios se encontraba un grupo
de bailadores huertanos, el alcalde y la alcaldesa, el que tocaba el
timbal (llamado timbalero), el que tocaba la dulzaina (llamado
dulzainero), la torratera o vendedora de torrates, los mayorales, uno
comprando torrates, hombre en ropa de dormir con turrón, un campesino de
Sueca con seda y arroz, otro campesino de Nules con ajos, otro de Elche
con dátiles... La adoración de los pastores y la degollación de los
inocentes, les fueron encargadas al otro valenciano José Ginés Marín.
A la mitad del siglo XIX se trajeron más
figuras encargadas en Génova. Así pues el belén es una mezcla de estilos
napolitano, bíblico y popular.
Citaremos aquí una característica esencial
del Belén del Príncipe, que es que se podía visitar por todo el pueblo,
previa cita y con el permiso correspondiente de la Casa Real, desde el
siglo XVIII hasta principios del siglo XX. Todo Madrid acudía por las
Navidades a visitarlo.
Tal cual la historia de España, el belén
sufrió golpes y olvidos. Su primera gran pérdida de figuras fue en 1872
y también durante la guerra de la Independencia allá por 1808. Estuvo 7
años sin ponerse durante la I República. La restauración de la
monarquía, supuso que se volviera a poner el belén hasta el
establecimiento de la II República (1931), período durante el cual se
perdió la tradición belenística hasta 1936.
Las figuras que se salvaron de estos
avatares y de las diversas rapiñas, quedan olvidadas en un desván del
Palacio Real, llenas de polvo y telarañas, junto a muchas otras piezas
de indudable valor artístico, histórico y patrimonial. Fue una pena este
grave olvido. Ya en 1988, haciendo un inventario en el Palacio Real, se
redescubren las figuras y se decide sacarlo a la luz pública, buscando
profesionales del Patrimonio Nacional para montarlo.
En la actualidad, Patrimonio Nacional
conserva 80 piezas, una ínfima parte de las más de 6000 figuras que en
su momento constaba el Belén del Príncipe. De las figuras o escenas que
aún se conservan, podemos detallar: el grupo del Misterio de San José,
la Virgen y el Niño; la anunciación a los pastores; figuras hechas por
artesanos españoles; un grupo de ángeles realizados en madera
policromada; y la cabalgata de los Reyes Magos, piezas éstas realizadas
en Génova, de todos el que más destaca es el cortejo del rey Baltasar.
Otra de las cosas que más llama la atención son los diferentes animales
exóticos, como camellos, elefantes, cuestión que responde por estar muy
interesado por la zoología el monarca Carlos III. Un grupo que destaca
especialmente es el de la matanza de los inocentes, digno de admirar por
la crudeza de sus imágenes y el bonito policromado de sus figuras de
barro o terracota. Incluye este belén algunas escenas de carácter
contemporáneo, en especial las escenas en la campiña y con sus figuras
vestidas al uso, que aumentan el valor del folclore del conjunto. |