La palabra hebrea
para designar al rey es "melek", cuyo significado es poco más
o menos que guía, caudillo. Por esta misma palabra se
designaba también al primero de una comunidad cuyas funciones eran
las de rector de la sociedad.
El primer hombre
de una pequeña comunidad urbana podía ser melek, sin que el nombre
quisiera decir otra cosa sino que tal comunidad urbana no estaba
regida por un administrador al que se podía deponer, ni por un
consejo, sino por un hombre que, por su falta de miramientos,
prudencia y coraje, se había situado en ese primer puesto, o al que
sus conciudadanos habían elegido por su audacia o sabiduría, y al
que evidentemente obedecían. Su función era la del poder absoluto.
Al principio
Israel no tuvo reyes. Las distintas tribus estaban gobernadas por
consejos de ancianos. Sólo bajo la presión de los pueblos cananeos,
que sí estaban gobernados por reyes, Israel también quiso ser un
reino. Samuel advirtió de los peligros que conllevaba la monarquía,
pero finalmente, le pareció que la forma de gobierno exigida por el
pueblo era la adecuada al momento. Para ello la tribu sacerdotal
impuso una exigencia importante: los reyes no deberían ser
simplemente elegidos, sino que habían de ser propuestos por un
hombre de Dios; y así fue como se hizo con Saúl (I Samuel 7:2 -
16:1), el primer rey de Israel. Por tanto, el sacerdote o el profeta
proponían al rey, pero no lo imponía. Era el derecho de los ancianos
en su asamblea quien elegiría al rey y establecería con él un pacto.
Sólo después de
concertado ese pacto se celebraba la unción al monarca con aceite,
por ser el olivo un árbol sagrado. Con ello el rey era consagrado a
Yahveh, al Dios, y de ahí recibía su dignidad, convirtiéndose en "el
ungido del Señor".
Como todos los
pueblos del mundo, el elegido por Yahveh sufrió innumerables pruebas
y vicisitudes. Le fue preciso luchar duramente para mantenerse en la
tierra prometida. Las murallas de Jericó cayeron al son de las
trompetas y Canaán fue conquistado. Saúl fue el gran rey, pero mayor
gloria tuvo David, el pastor que derrotó al gigante Goliat. Sin
embargo, el gran esplendor del pueblo judío se manifestó en tiempos
de Salomón. Pero los grandes reyes también pecaban y olvidaban el
pacto de alianza con el Señor. Por esa razón, de vez en cuando
aparecían hombres humildes, pobres, pero enérgicos, ardiendo de fe y
entusiasmo que no dudaban en enfrentarse a los soberanos y
reprocharles sus crímenes y sus faltas. Eran los profetas.
Las mujeres del
rey raras veces son nombradas en la Biblia como reinas. A pesar de
ello ejercieron una función política eminente, prescindiendo de la
distinta influencia personal que tuvieron en las decisiones de los
soberanos. El harén del rey era símbolo de su soberanía y poder.
Quien entraba en el harén regio es que aspiraba al trono; por ello
el harén estaba cerrado a otros. La acogida de una reina viuda, de
una princesa o de la hija de un rey en el harén de otro soberano era
también expresión del sometimiento de un país.
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