Cuando utilizamos la palabra "judaísmo",
nos referimos al mismo tiempo a una religión, una cultura y un grupo
étnico. Sus orígenes son antiquísimos y algo indefinidos. La Biblia
registra el arranque en la Alianza de Dios con Abraham, posiblemente
1700 años antes de Cristo, en Mesopotamia, en la ciudad de Ur.
De las grandes religiones monoteístas el
Judaísmo es, además de la más antigua de todas ellas, la cuna del
Cristianismo y del Islam; esta última adoptó diversas creencias y
elementos judaicos y reconoció como profetas a Abraham y Moisés.
Como religión, el judaísmo se fundamenta
en su fe en un sólo díos, el Dios de Abraham, padre de los judíos. Un
Dios omnipresente e intangible, que habría creado el
universo y elegido al pueblo judío para revelarle la ley contenida en
los Diez Mandamientos y las prescripciones de los libros tercero y
cuarto (Levítico y Números) de la Torá, también llamada Pentateuco (los
cristianos la reconocen como parte del "Antiguo Testamento"), de la que
deriva la tradición oral que constituye la guía de vida de los judíos
desde que se nace hasta que se muere. Toda una reglamentación ampliamente detallada acerca de la vida
religiosa, pública y privada, que abarca desde los acontecimientos más
importantes hasta las acciones cotidianas: ayunos, comidas,
purificaciones, festivales, culto, ceremonias, objetos sagrados, y un
largo etc.
Para el judaísmo, la humanidad constituye
una gran familia salida toda ella de una sola pareja: Adán y Eva,
creados ambos por Dios a su imagen y semejanza (los rabinos comentan que
el barro para modelar a Adán lo tomó Dios de diversas partes del mundo,
a fin de que el hombre se sintiese en cualquier lugar de éste como en su
hogar).
El hombre está dotado de libertad; si peca
puede obtener el perdón divino con el arrepentimiento y la reparación
del mal causado. La recompensa o el castigo tienen lugar en esta vida
terrena y después de la muerte. Al final de los tiempos, la humanidad
conocerá una feliz era mesiánica, en la que todos los hombres vivirán en
concordia.
La base del judaísmo, pues, es una
creencia, un artículo de fe, sobre la cual descansa toda la edificación
ética y doctrinal de Israel. Es la Shemáh ("el Nombre"): "Oye
Israel, Yahveh es nuestro Dios, ¡Yahveh es uno!".
El Dios del Sinaí
Las características de Yahveh son las
siguientes:
-
Es un Dios incorpóreo.
-
Es un Dios creador. Toda la vida depende
de él. Es un Dios voluntariamente interesado por el hombre y por la
vida. Que tomará la iniciativa para que el hombre sea hombre y viva con
dignidad.
-
Es un Dios de esperanza. Bueno y
optimista, de él depende todo el bien. Su plan es compartir la felicidad
con el hombre. Por eso lo crea a su imagen y semejanza y le otorga la
libertad y el acabado de la creación. La vida y el hombre no son una
vana ilusión, ni el fruto de un determinado ciclo cósmico que se repite
sin fin.
-
Es el Dios de la justicia y la santidad.
Es considerada la justicia uno de los atributos que mejor definen a
Dios. Por eso en el judaísmo el hombre justo es el hombre santo, porque
se asemeja al principal atributo de Dios. Los profetas inciden en este
aspecto de Dios exigiendo un comportamiento idéntico al hombre.
-
Es el Dios de la solidaridad o caridad. Es
una de las grandes virtudes de Dios que liberó al pueblo de sus
carencias y por ello hay que practicarla en este mundo entre los
hombres.
El judaísmo es también una nación, cuya
conformación, como ya hemos visto, se remonta a la antigüedad. Desde
entonces, los judíos han poseído una tierra histórica en común: La
tierra de Israel, prometida al primer patriarca Abraham en el primer
pacto, Génesis XV: "...a tus hijos les daré la Tierra de Israel como
heredad...". Este pacto será luego ratificado con los otros
patriarcas y con Moisés, líder y legislador, quien conducirá al pueblo
después de la liberación de Egipto a esa tierra, la tierra de Israel, la
tierra prometida.
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