Hubo una vez una noche de invierno, una
como ninguna otra, una muy especial de entre todas las navidades.
Todo comenzó con el deseo de un niño y un cometa. Fue en la época de
los 50´s, entre el poblado de Reims y el de Raims, en el viejo
vecindario de Aurora. Un pequeño se divertían haciendo figuras de
papel, era el más pobre del lugar, esa noche sus padres les habían
regalado un par de hojas reciclables. Mientras los demás niños
jugaban con sus costosos carritos y avioncitos que Santa Claus les
había regalado, este pequeño de a lo mucho 7 años era feliz con
simples hojas de papel. Su nombre era Angelito, podía apreciar la
belleza del amor y de la navidad como ninguno. Así que, cuando
curiosamente los demás niños distraídos por sus juguetes caros no
pudieron contemplar al cometa, él aprovechó y pidió el deseo
“Corazones de Papel”.
Un deseo sin duda extraño, ¿pero qué se
le puede hacer a la mente de los infantes, pues desean lo que su
corazón desea? Aunque simple era el deseo, tenía un potencial
increíble de amor y solidaridad. Consistía en… bueno dejemos que
Angelito lo muestre: se apresuró a hacer tantos corazones de papel
como sus hojas recicladas le permitieran: logró hacer cinco. Una vez
terminados los contempló como los tesoros más valiosos de todo el
mundo. Se preguntarán qué valor pueden tener unos cuantos corazones
de papel. Pronto lo sabrán…
Angelito corrió por todo el vecindario
en busca de las personas más tristes. No se demoró en encontrar a
don Jacinto que sufría de cáncer y apenas podía respirar en la noche
invernal. Sonriendo como los ángeles podrían hacerlo, el niño le
otorgó un corazón a don Jacinto. Éste, sorprendido, amablemente tomó
el corazón. Al instante, sus dolores desaparecieron como si el
cáncer no existiera y el frío tampoco. Entonces, Angelito, viendo
que su deseo funcionaba apremió su búsqueda. Encontró en su camino a
unos perros callejeros que se morirían de hambre y necesitaban
cobijo, les dejó el segundo 2 corazón de papel: de la nada
aparecieron una enorme cantidad de comida y mantas; los cachorros no
sufrirían esa noche navideña.
Poco después se topó con doña Angarita,
una anciana que usaba silla de ruedas para desplazarse. Lo típico de
doña Angarita es que siempre estaba feliz y regalaba felicidad a los
demás con el dinero que poseía. Era dueña de un centro de
beneficencia, así que, comprendiendo una parte de la vida de esta
señora, Angelito le obsequió un corazón de papel. Pronto doña
Angarita se sintió llena de energía e increíblemente se levantó de
la silla pues sus piernas le respondían de nuevo. Cuando quiso
abrazar al niño, este ya no estaba.
El siguiente merecedor de este regalo
fue una niña tan pobre como Angelito, pero ella sólo necesitaba una
sonrisa. Así que él le sonrió de la forma más dulce posible. Y
continuó hasta que dio con doña Felíciti, la dama más triste del
vecindario porque no hacía mucho había perdido a su gatito; el
corazón de papel que le dieron en las manos le provocó una gran
carcajada y luego empezó a levantar algo invisible mientras se
adentraba a su hogar.
Finalmente, le quedó un corazón. No era
difícil decidir a quiénes se lo daría, a las personas que lo hacían
feliz: sus padres. Sin embargo, alguien más había notado los
particulares acontecimientos: don Gabo, el ladrón del vecindario.
Este malhechor sabía que no sería difícil arrebatarle el corazón a
un niño indefenso. Esperó el momento oportuno y comenzó la
persecución por lo que antes sólo fuera papel reciclado.
Angelito pronto notó que don Gabo lo
perseguía y, como todo niño indefenso y asustadizo, tuvo que correr.
Llegó a donde la niña había sonreído pero ya no estaba; llegó a
donde Angarita tenía su silla de ruedas pero tampoco estaba; llegó a
donde los perros dormían bajo mantas, así que no quiso despertarlos
y siguió corriendo. No pudo encontrar a don Jacinto ni a nadie más,
entonces el destino lo quiso, el malhechor de don Gabo lo encontró.
Angelito casi se suelta en lágrimas,
aunque, extraordinariamente, don Gabo solamente le obsequió más
hojas de papel y se fue. El niño llegó a casa y entregó el último
corazón de papel a sus padres. No sé lo que haya causado ese
corazón, sin embargo, todos se soltaron en lágrimas de felicidad…
una cosa más, yo soy don Gabo, desde esa noche no he vuelto a robar
y cada navidad espero vislumbrar un cometa que tal vez nunca venga
porque está destinado para que los corazones más puros hagan
corazones de papel. |