Si no fuera porque lo dice el
calendario, no creería que mañana es navidad. Aquí no hay luces de
colores, ni villancicos flotando en el aire, ni abrazos de acogida.
Sólo los anuncios de las grandes tiendas que anticipan descuentos y
los kioscos de venta de flores que están abiertos hasta la
medianoche; pero para mí, no hay ni el más remoto parecido con lo
que yo vivía antes por esta época. Aún recuerdo la alegría familiar
alrededor del árbol de navidad, florecido de luces y campanas, la
repartición de regalos generalmente liderada por mi padre, los
dulces con olor a canela y a vainilla y el intercambio de aguinaldos
y visitas a las casas de los vecinos, que eran en realidad nuestros
amigos más próximos.
Sin embargo, aquí no dan ganas de
festejar nada, ni de brindar con nadie porque no hay con quién. Mi
mamá apenas consigue poner algún adorno navideño hecho por ella como
para que no sea tan perceptible el cambio que dimos hasta en
nuestras costumbres familiares.
No he escuchado que tenga nada especial
preparado para mañana porque aquí no hay días especiales, así que
quizá para mañana me invente un plan entretenido como leer un buen
libro, alguna saga que hable de mundos más amables o simplemente
bucear en mis recuerdos de un pasado distinto; lo cierto es que no
quiero salir a morir del calor en las calles que hace aquí por esta
época del año. Para mañana hay alerta roja y los pronósticos
anticipan una temperatura próxima a los cincuenta grados.
Posiblemente vaya bien temprano a un supermercado para comprar lo
necesario para auto invitarme a cenar.
Ahora de nuevo tengo sueño y el gato
brinca sobre mi cama para exigirme su ración de alimento y de juego.
Sus ojos color ámbar parece que quisieran decirme algo más, pero una
vez le sirva su comida, me iré a dormir y a esperar a que amanezca,
ojalá en el punto exacto en el cual empezó esta locura.
El reloj me sorprende con sus
campanadas que anuncian las doce horas. Intento tomar algo de leche
para calmar mi sed, pero mis manos no responden. Las miro y están
extrañas; tienen pelo y son blandas. Creo que es un sueño y abro los
ojos hasta donde más puedo y me sorprendo de encontrar que todo lo
que me rodea ahora es de color naranja. Intento caminar, pero mis
movimientos son distintos. Busco al gato, pero en su lugar encuentro
a un chico que parece cansado y camina hacia mí con una ración en su
mano y me llama haciendo un sonido extraño que no logro comprender.
Intento preguntarle quién es, pero lo único que me sale es un sonido
extraño.
Tengo un hambre voraz y una necesidad
imperiosa de saltar sobre la comida que el desconocido me ofrece. No
sé qué pasa exactamente; pero es como sí mis recuerdos estuvieran
cambiados y hasta tuvieran olor y textura. Camino hacia el espejo de
medialuna que está junto al diván, pero no me encuentro. Sólo
aparece la silueta de un gato que al parecer soy yo y al fondo, un
adolescente que me llama y sonríe…
En ese momento, aparece mi mamá y me
acaricia con su mano al tiempo que me llama por el nombre del gato.
Ahora no sé si soy un gato con recuerdos de niño o un adolescente
que se quedó atrapado en el cuerpo de un gato. Ahora ya no importa;
sólo quiero subir al tejado. Mañana será otro día. |