“En efecto, la abundancia y el consumo ilimitado son los ideales de
los pobres; son el espejismo en el desierto de la miseria”
Hanna Arendt
Observo a lo lejos el cuerpo enjuto de aquel hombre solitario. En
medio de tanta gente, aparece como un mueble, algo intrascendente,
sin importancia. No me atrevo a acercarme, me avergüenza que me vean
a su lado. Un chico le lanza una moneda en el bote y él responde con
una mueca de cariño. Sonríe, sin ganas. Insinúa un gesto de
resignación. El día es frío, destemplado. Me siento triste, no sé
qué hacer. Estira las piernas y mece su barba desaliñada. Estoy
frente a una tienda de televisores y muchas pantallas escupen
imágenes, siempre las mismas. Rayos de luz multicolores iluminan la
acera. El hombre no repara en aquel espectáculo, al que también son
ajenos los peatones. Lo observo durante un rato. Los destellos me
iluminan, también a él. Oscurece. La calle queda solitaria,
desierta. El hombre se mantiene en el mismo sitio, sin decir nada,
sin gesticular. Como una efigie de mármol. Empieza a llover, hace
frío. Los neones se apagan, la gente se recluye en sus casas. Me
acerco y el hombre rechaza mi presencia. Gruñe. Quisiera ayudarle.
No sé qué hacer. Me indica que me vaya. Mueve las manos
ostensiblemente. Insiste. Quiere que lo deje en paz y que me vaya.
No entiendo nada. Me voy, cabizbajo. Pienso que aquel hombre tendría
un pasado, una historia. No quiere dar explicaciones, está en su
derecho, pero no entiendo esta actitud tan huraña. Me alejo
caminando entre las calles vacías, húmedas. Los escaparates de las
tiendas cerradas vomitan luz y optimismo. Es un espectáculo que me
deprime. Sigo mi camino. Me doy la vuelta para ver al hombre que
está tendido en el suelo con frente a un bote oxidado con algunas
monedas. Le saludo, por última vez. Grita: “vete, desaparece de mi
vista”. Continúo caminando Pienso en aquel hombre solitario. Esto no
puede acabar así. Vuelvo a mirarlo y grito más fuerte que él: ¡Feliz
Navidad!. A lo lejos, veo que el hombre se echa a llorar y se
restriega los ojos con sus manos sucias. Me siento mejor. El hombre
ha llorado de alegría. Alguien se ha acordado de él y se ha
emocionado. Mañana es Navidad, me siento mucho mejor. |