En un pequeño pueblo
de Escandinavia nevaba intensamente. El frío era intenso, por eso,
una nube de humo salía de la chimenea de la casa de la pequeña
Ludmilla, impidiendo que el frío entrara en casa. Mientras su papá
preparaba la cena, su mamá le estaba haciendo dos largas trenzas,
Ya que aquella noche iba a ser una noche muy especial con un
invitado no menos especial.
Los padres de Ludmilla
habían decidido inventarse un cuento para que ella no se levantara a
mitad de la noche y saliera de su habitación. Porque aquella noche
era nochebuena y a Santa Claus no le gustaba que los niños vieran
como les dejaba los regalos y sobretodo, para que no vieran lo mucho
que le costaba entrar por más de una chimenea por su abultada
barriga.
Ludmilla estaba en su
cama bajo una gruesa manta marrón en la que habían bordados dos
patos. Era su manta favorita. Solo se le veía su carita blanca con
sus grandes ojos azules y sus dos largas trenzas rubias. Estaba
abrazada a su inseparable osito de peluche Teddy y escuchaba muy
atentamente a su padre que le narraba un cuento en el que aquella
noche, la de nochebuena, habían unos duendecillos vestidos de verde
que entraban en las casas para asegurarse que no había ningún niño
para que nadie viera como Santa Claus entraba y dejaba los regalos.
Si por casualidad algún niño se topaba con alguno de estos
duendecillos, estos lo transformaban y ya nunca volvían a saber
del niño.
Tal fue el susto que
le provocó a la pequeña Ludmilla, que junto a Teddy se tapó bajo la
manta de los patos. El padre satisfecho con la reacción de su hija
supo que esa noche no se atrevería a salir de su habitación.
A medianoche, Ludmilla
se despertó, cogió a Teddy y salió al pasillo. Se acercó a la
habitación de sus papás y pudo ver a través de la puerta
entreabierta que la luz se encontraba apagada, además se encontraban
durmiendo. Así que el ruido que le había despertado no venía de
ellos.
El ruido, se reprodujo
de nuevo. Esta vez pudo identificar su procedencia. Venía de abajo.
Ludmilla pensó que serían los duendes de los que le habló su padre.
Quieta y parada en el oscuro pasillo junto a Teddy no sabía que
hacer. ¿y si fuera Papá Noel? Quizá ya estarían todos los regalos
que estaba esperando. Con la nevada de los últimos días seguro que
podría estrenar el trineo de madera que había pedido en su carta.
Poco a poco recobró el ánimo y se atrevió a moverse, acercándose a
la escalera. Miró hacia abajo y entre la penumbra vio que todo
estaba en orden. Bajó los escalones lentamente apoyando una mano en
la pared y con la otra cogida fuertemente a su amigo el osito.
Una vez abajo, en la
penumbra de la sala de la chimenea, Ludmilla no vislumbró ningún
bulto. Papá Noel no había venido aún. Pero la atención de la niña se
apartó hacia un sofá que tenía enfrente, le había parecido ver como
tras él se ocultaba una pequeña sombra. Con más curiosidad que
miedo, se subió al sofá y se asomó para ver que había al otro lado.
Al otro lado, no había
nada. No le dio tiempo a más, porque escuchó como unos pasitos a su
espalda. Rápidamente se giro.
- ¿Quien eres? - casi
gritando dijo Ludmilla con su dulce y aguda voz
Nadie respondió.
Ludmilla en vez de ir
hacia la ventana, que era desde donde había escuchado los pasos, fue
a la mesa de la cocina donde estaba el candil, para encenderlo e
iluminar la sala, ya que la chimenea estaba apagada para que Papá
Noel pudiera entrar en la casa y no se chamuscara el culo. A mitad
de camino, volvió a escuchar los pasos, como si estuviera corriendo.
Ludmilla lo escuchó claramente. Fuera lo que fuera estaba en la
chimenea.
Teddy fue el primero
en meter la cabeza dentro de la chimenea para ver quien o que se
había escondido ahí. El osito de peluche desapareció súbitamente
por el tiro de la chimenea.
Al día siguiente, el
papá de Ludmilla no la halló en su cama, que estaba deshecha, ni en
lugar alguno de la casa. Al bajar a la sala de la chimenea,
solamente se encontró al osito de peluche Teddy y junto a él, había
una preciosa muñeca de largas trenzas rubias y ojos azules. |