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LA BICICLETA VOLADORA

Néstor Quadri

Mientras estaba llegando la Nochebuena en ese caluroso día de Buenos Aires, se encontraba sentado junto a sus ancianos compañeros del geriátrico, entonando unas canciones de Navidad frente a un arbolito iluminado y centelleante. Había llegado el ocaso de su vida. Ahora enfermo y sin que lo pudiera remediar, su mente se remontaba misteriosamente hacia los recuerdos que le habían quedado grabados de su infancia. En esos momentos el que se imponía con más fuerza por sobre los otros, era el que de aquella navidad de su niñez.

Su madre española siempre le hablaba de Papá Noel, con su barba abundante, su traje rojo y su ruidoso trineo conducidos por renos alados. Le decía que de niña en su pueblo venía cargado de regalos y le aseguraba que en la Navidad siembre debía existir la nieve. Que aunque él no llegara a verla nunca en el verano de Buenos Aires, cerrando los ojos y pensando en ella, vería como sus copos caerían desde el cielo deslumbrando mágicamente por entre las estrellas.

Pero la triste realidad era que por más que se esforzara, él nunca había podido ver ni a Papá Noel, ni menos aún la nieve cuando trataba de imaginarla cerrando los ojos. El había visto muchos simpáticos y pintorescos personajes caracterizados en las calles y negocios repartiendo juguetes en las fiestas navideñas, pero realmente no estaba completamente convencido de que el verdadero Papá Noel existiese en verdad. Su antipático primo, unos años mayor que él afirmaba que todo eso era una tontería, que sólo en la mente de los grandes existía semejante criatura.

En realidad él jamás había visto a ese viejito barbudo de traje rojo, barba blanca y mejillas rojas, dejándose caer por la chimenea y exhibiendo alegremente su generosidad bajo un árbol de Navidad, pero en ese entonces la duda le partía el alma.

-"¿Era verdad lo que había dicho su madre o le había mentido?"-, se preguntaba con su alma compungida. Su conciencia le decía que su madre nunca le mentiría. Ella creía fervientemente en Papá Noel, porque le había visto de chica en España.

Sin embargo, como su duda persistía se le ocurrió un plan para averiguar la verdad. Se quedaría esa noche despierto, tratando de oír la llegada de los renos y los ruidos en el tejado que necesariamente debería hacer Papá Noel para entrar por la chimenea. Entonces lo esperaría en el salón para saludarlo cuando bajara.

En aquella Nochebuena la mayoría de los paisanos amigos y parientes de sus padres estaban reunidos en el salón donde se encontraba la chimenea por la que debería ingresar Papá Noel. En esos momentos esa chimenea no era más que un adorno y emplazado a su lado se veía el enorme árbol de Navidad comprado por su madre, con hermosas decoraciones y destellos multicolores.

Tras la celebración de la Nochebuena y el brindis navideño, entre una multitud de cohetes, petardos y cañitas voladores que llenaban el cielo de luces lo mandaron a dormir a su habitación. Se había propuesto permanecer despierto en esa Nochebuena de acuerdo a su plan, pero la realidad era que le costaba muchísimo porque le había atacado un sueño incipiente.

Aguantó durante horas que terminara la fiesta hasta que escuchó cómo comenzaron a marcharse los invitados. Esperaba impaciente y enojado que toda esa parentela se fuera de una vez por todas, para que Papá Noel pudiera entrar y él pudiera saludarlo.

Hasta que por fin después de tanta perseverancia, notó cómo se retiraba el último invitado y se hizo el silencio en la casa. De pronto se alertó cuando escuchó algunos ruidos en el pasillo y pensó que Papá Noel estaba llegando, pero era su madre. Abrió la puerta y entró en su dormitorio como lo hacía siempre cuando se acostaba, para besarlo y darle las buenas noches. Entonces se acurrucó rápidamente en la cama y fingió que estaba profundamente dormido.

Como le costaba mucho mantenerse despierto en esa prolongada espera, se puso a pensar en el regalo que debería traerle Papá Noel para esa Navidad. Unos días antes, mientras caminaba con su madre por los negocios para hacer las compras, se había parado de golpe, porque le había llamado la atención un objeto maravilloso que estaba expuesto en la vidriera de una gran juguetería.

Era una bicicleta tan hermosa que le daban ganas ya de sentarse sobre ella y pedalear hacia el cielo y volar. Y así emocionado le había dicho a su madre, que estaba convencido que si pedaleaba con la suficiente energía, con esa bicicleta despegaría y levantaría el vuelo. Pensaba que eso habría sido fantástico, porque le permitiría recorrer el mundo volando por entre las nubes y las estrellas. Y entonces, le había pedido a Papá Noel en una carta que le ayudó a escribir su madre, que en aquella Nochebuena quería esa bicicleta para volar y remontarse hacia el cielo.

De pronto, al darse vuelta en la cama y mirar hacia la ventana, fue levemente encandilado por la luz del patio que penetraba en la penumbra de la pieza y entonces se cubrió rápidamente la cara con sus manos. Poco a poco, se fue adaptando a esa oscuridad, mientras le embargaba la duda sobre si realmente Papá Noel habría de venir. Así estaba dando vueltas en la cama, cuando de repente, en medio de la somnolencia sintió una brisa fría y escuchó un ruido. Se levantó prestamente y miró por la ventana y ahí estaba... ¡Era Papá Noel!

Y como en un ensueño pudo ver al verdadero Papá Noel que había llegado con sus renos alados y penetraba por la chimenea, mientras que desde el cielo caían copos de nieve, que le inundaron el alma de felicidad. Lo veía y no lo podía creer: ¡La nieve estaba cayendo desde el cielo estrellado en ese verano de Buenos Aires!

Hasta que no había aprendido a leer por sí mismo, su madre le había relatado muchos cuentos de Navidad y había nieve en la mayoría de ellos. Y ahora veía encantado por la ventana cómo esos copos deslumbrantes se deslizaban por los aires. Era algo mágico y misterioso que deseaba ver, sentir y tocar.

Se levantó rápidamente y corrió por el pasillo hacia el salón. Llegó allí justo cuando el mismísimo Papá Noel estaba saliendo de la chimenea con su bolsa de juguetes. Observó cómo sus ojos encendidos emitían un fulgor dorado y su redondo cuerpo se movía ágilmente y en cadencia.

Había desvelado el misterio de su existencia que siempre fluía en torno de él y se sintió inmensamente feliz por haber llegado a la verdad. Fugazmente vio la prominencia de su cintura, las curvas de su cuello y sintió su respiración profunda en sus labios entreabiertos.

- ¿Qué haces aquí?-. le preguntó Papá Noel, al descubrirlo.

- ¿No sabes que los chicos deben estar durmiendo a estas horas?-, le refirmó con su sonrisa.

- Si ya lo sé, pero solo iba a beber un poco de agua y ya me voy a la cama-, le contestó mintiéndole con temblor y palpitación.

- ¿Me has traído la bicicleta voladora que te he pedido?-, le preguntó.

Estaba esperando la respuesta, cuando de pronto, como si ocurriera algo artificial levantando en derredor de la realidad, notó que Papá Noel comenzó repentinamente a desvanecerse en el aire. En instantes ya no estaba allí y se había esfumado misteriosamente de su vista.

Entonces se sobresaltó con temor y sintió la necesidad de escapar cuanto antes. Fue así que huyó como un pequeño fantasma corriendo por el pasillo completamente oscuro, deslizándose sobre el piso como si fuera una pista de patinaje. Tuvo luego durante toda esa noche una verdadera pesadilla porque no lograba dominar sus ideas, las cosas se disolvían en sus sueños y el corazón le palpitaba intensamente. Sin embargo en medio de esa excitación, la alegría de haber visto a Papá Noel sobresalía con fuerza sobre todo aquello.

Cuando se despertó no sabía si había tenido un dormir o un despertar verdadero. Aún no había amanecido y en medio de las penumbras de la noche se levantó rápidamente y corrió por el pasillo, dirigiéndose nuevamente al salón antes que se levantaran sus padres.

Examinó con detenimiento cada uno de los paquetes que había dejado Papá Noel, pero no halló nada para él. Recién al girar la cabeza, en un costado oculto por el árbol de Navidad pudo distinguir aquella maravillosa bicicleta. Era la misma que había visto en la juguetería y con ella una carta de Papá Noel, que después su madre le contó que decía: -"Si pedaleas con mucha fuerza podrás remontarte con tu bicicleta hasta las nubes del cielo, donde siempre te estaré esperando. Firmado Papá Noel"-.

En ese preciso momento retornó repentinamente de esos pensamientos y se encontró nuevamente en la realidad del geriátrico, donde estaba postrado por el mal de Alzheimer en un camino ya sin retorno. Como ya era la medianoche los ancianos que lo acompañaban estaban levantando la copa para el brindis.

Y fue mientras brindaba, cuando sintió por unos instantes como que una luz invisible lo alertaba y al volverse, observó que alguien entraba a través de la puerta abierta del geriátrico que daba al patio. Se dirigió rápidamente hacia allí y distinguió que era nada menos que Papá Noel, el simpático viejo barbudo de traje rojo, barba blanca y mejillas rojas, que lo esperaba con una copa en la mano.

Papá Noel le chocó la copa diciéndole con mucha alegría -¡Feliz Navidad!-. Estremecido le respondió al brindis con un -¡Feliz Navidad, Papá Noel!-, que partió del fondo de su corazón, mientras sentía que en ese día cálido de verano una brisa fría acariciaba su viejo rostro, pálido y arrugado.

Y entonces, pudo percibir claramente como Papá Noel con una sonrisa en los labios, le decía que aún estaba esperando en las nubes del cielo que llegara pedaleando con su bicicleta voladora. En tanto, con su alma llena de felicidad veía cómo los copos de nieve caían mágicamente por entre las estrellas, en ese verano de Buenos Aires.

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