Mientras estaba
llegando la Nochebuena en ese caluroso día de Buenos Aires, se
encontraba sentado junto a sus ancianos compañeros del geriátrico,
entonando unas canciones de Navidad frente a un arbolito iluminado y
centelleante. Había llegado el ocaso de su vida. Ahora enfermo y sin
que lo pudiera remediar, su mente se remontaba misteriosamente hacia
los recuerdos que le habían quedado grabados de su infancia. En esos
momentos el que se imponía con más fuerza por sobre los otros, era
el que de aquella navidad de su niñez.
Su madre española
siempre le hablaba de Papá Noel, con su barba abundante, su traje
rojo y su ruidoso trineo conducidos por renos alados. Le decía que
de niña en su pueblo venía cargado de regalos y le aseguraba que en
la Navidad siembre debía existir la nieve. Que aunque él no llegara
a verla nunca en el verano de Buenos Aires, cerrando los ojos y
pensando en ella, vería como sus copos caerían desde el cielo
deslumbrando mágicamente por entre las estrellas.
Pero la triste realidad
era que por más que se esforzara, él nunca había podido ver ni a
Papá Noel, ni menos aún la nieve cuando trataba de imaginarla
cerrando los ojos. El había visto muchos simpáticos y pintorescos
personajes caracterizados en las calles y negocios repartiendo
juguetes en las fiestas navideñas, pero realmente no estaba
completamente convencido de que el verdadero Papá Noel existiese en
verdad. Su antipático primo, unos años mayor que él afirmaba que
todo eso era una tontería, que sólo en la mente de los grandes
existía semejante criatura.
En realidad él jamás
había visto a ese viejito barbudo de traje rojo, barba blanca y
mejillas rojas, dejándose caer por la chimenea y exhibiendo
alegremente su generosidad bajo un árbol de Navidad, pero en ese
entonces la duda le partía el alma.
-"¿Era verdad lo que
había dicho su madre o le había mentido?"-, se preguntaba con su
alma compungida. Su conciencia le decía que su madre nunca le
mentiría. Ella creía fervientemente en Papá Noel, porque le había
visto de chica en España.
Sin embargo, como su
duda persistía se le ocurrió un plan para averiguar la verdad. Se
quedaría esa noche despierto, tratando de oír la llegada de los
renos y los ruidos en el tejado que necesariamente debería hacer
Papá Noel para entrar por la chimenea. Entonces lo esperaría en el
salón para saludarlo cuando bajara.
En aquella Nochebuena
la mayoría de los paisanos amigos y parientes de sus padres estaban
reunidos en el salón donde se encontraba la chimenea por la que
debería ingresar Papá Noel. En esos momentos esa chimenea no era más
que un adorno y emplazado a su lado se veía el enorme árbol de
Navidad comprado por su madre, con hermosas decoraciones y destellos
multicolores.
Tras la celebración de
la Nochebuena y el brindis navideño, entre una multitud de cohetes,
petardos y cañitas voladores que llenaban el cielo de luces lo
mandaron a dormir a su habitación. Se había propuesto permanecer
despierto en esa Nochebuena de acuerdo a su plan, pero la realidad
era que le costaba muchísimo porque le había atacado un sueño
incipiente.
Aguantó durante horas
que terminara la fiesta hasta que escuchó cómo comenzaron a
marcharse los invitados. Esperaba impaciente y enojado que toda esa
parentela se fuera de una vez por todas, para que Papá Noel pudiera
entrar y él pudiera saludarlo.
Hasta que por fin
después de tanta perseverancia, notó cómo se retiraba el último
invitado y se hizo el silencio en la casa. De pronto se alertó
cuando escuchó algunos ruidos en el pasillo y pensó que Papá Noel
estaba llegando, pero era su madre. Abrió la puerta y entró en su
dormitorio como lo hacía siempre cuando se acostaba, para besarlo y
darle las buenas noches. Entonces se acurrucó rápidamente en la cama
y fingió que estaba profundamente dormido.
Como le costaba mucho
mantenerse despierto en esa prolongada espera, se puso a pensar en
el regalo que debería traerle Papá Noel para esa Navidad. Unos días
antes, mientras caminaba con su madre por los negocios para hacer
las compras, se había parado de golpe, porque le había llamado la
atención un objeto maravilloso que estaba expuesto en la vidriera de
una gran juguetería.
Era una bicicleta tan
hermosa que le daban ganas ya de sentarse sobre ella y pedalear
hacia el cielo y volar. Y así emocionado le había dicho a su madre,
que estaba convencido que si pedaleaba con la suficiente energía,
con esa bicicleta despegaría y levantaría el vuelo. Pensaba que eso
habría sido fantástico, porque le permitiría recorrer el mundo
volando por entre las nubes y las estrellas. Y entonces, le había
pedido a Papá Noel en una carta que le ayudó a escribir su madre,
que en aquella Nochebuena quería esa bicicleta para volar y
remontarse hacia el cielo.
De pronto, al darse
vuelta en la cama y mirar hacia la ventana, fue levemente
encandilado por la luz del patio que penetraba en la penumbra de la
pieza y entonces se cubrió rápidamente la cara con sus manos. Poco a
poco, se fue adaptando a esa oscuridad, mientras le embargaba la
duda sobre si realmente Papá Noel habría de venir. Así estaba dando
vueltas en la cama, cuando de repente, en medio de la somnolencia
sintió una brisa fría y escuchó un ruido. Se levantó prestamente y
miró por la ventana y ahí estaba... ¡Era Papá Noel!
Y como en un ensueño
pudo ver al verdadero Papá Noel que había llegado con sus renos
alados y penetraba por la chimenea, mientras que desde el cielo
caían copos de nieve, que le inundaron el alma de felicidad. Lo veía
y no lo podía creer: ¡La nieve estaba cayendo desde el cielo
estrellado en ese verano de Buenos Aires!
Hasta que no había
aprendido a leer por sí mismo, su madre le había relatado muchos
cuentos de Navidad y había nieve en la mayoría de ellos. Y ahora
veía encantado por la ventana cómo esos copos deslumbrantes se
deslizaban por los aires. Era algo mágico y misterioso que deseaba
ver, sentir y tocar.
Se levantó rápidamente
y corrió por el pasillo hacia el salón. Llegó allí justo cuando el
mismísimo Papá Noel estaba saliendo de la chimenea con su bolsa de
juguetes. Observó cómo sus ojos encendidos emitían un fulgor dorado
y su redondo cuerpo se movía ágilmente y en cadencia.
Había desvelado el
misterio de su existencia que siempre fluía en torno de él y se
sintió inmensamente feliz por haber llegado a la verdad. Fugazmente
vio la prominencia de su cintura, las curvas de su cuello y sintió
su respiración profunda en sus labios entreabiertos.
- ¿Qué haces aquí?-. le
preguntó Papá Noel, al descubrirlo.
- ¿No sabes que los
chicos deben estar durmiendo a estas horas?-, le refirmó con su
sonrisa.
- Si ya lo sé, pero
solo iba a beber un poco de agua y ya me voy a la cama-, le contestó
mintiéndole con temblor y palpitación.
- ¿Me has traído la
bicicleta voladora que te he pedido?-, le preguntó.
Estaba esperando la
respuesta, cuando de pronto, como si ocurriera algo artificial
levantando en derredor de la realidad, notó que Papá Noel comenzó
repentinamente a desvanecerse en el aire. En instantes ya no estaba
allí y se había esfumado misteriosamente de su vista.
Entonces se sobresaltó
con temor y sintió la necesidad de escapar cuanto antes. Fue así que
huyó como un pequeño fantasma corriendo por el pasillo completamente
oscuro, deslizándose sobre el piso como si fuera una pista de
patinaje. Tuvo luego durante toda esa noche una verdadera pesadilla
porque no lograba dominar sus ideas, las cosas se disolvían en sus
sueños y el corazón le palpitaba intensamente. Sin embargo en medio
de esa excitación, la alegría de haber visto a Papá Noel sobresalía
con fuerza sobre todo aquello.
Cuando se despertó no
sabía si había tenido un dormir o un despertar verdadero. Aún no
había amanecido y en medio de las penumbras de la noche se levantó
rápidamente y corrió por el pasillo, dirigiéndose nuevamente al
salón antes que se levantaran sus padres.
Examinó con
detenimiento cada uno de los paquetes que había dejado Papá Noel,
pero no halló nada para él. Recién al girar la cabeza, en un costado
oculto por el árbol de Navidad pudo distinguir aquella maravillosa
bicicleta. Era la misma que había visto en la juguetería y con ella
una carta de Papá Noel, que después su madre le contó que decía:
-"Si pedaleas con mucha fuerza podrás remontarte con tu bicicleta
hasta las nubes del cielo, donde siempre te estaré esperando.
Firmado Papá Noel"-.
En ese preciso momento
retornó repentinamente de esos pensamientos y se encontró nuevamente
en la realidad del geriátrico, donde estaba postrado por el mal de
Alzheimer en un camino ya sin retorno. Como ya era la medianoche los
ancianos que lo acompañaban estaban levantando la copa para el
brindis.
Y fue mientras
brindaba, cuando sintió por unos instantes como que una luz
invisible lo alertaba y al volverse, observó que alguien entraba a
través de la puerta abierta del geriátrico que daba al patio. Se
dirigió rápidamente hacia allí y distinguió que era nada menos que
Papá Noel, el simpático viejo barbudo de traje rojo, barba blanca y
mejillas rojas, que lo esperaba con una copa en la mano.
Papá Noel le chocó la
copa diciéndole con mucha alegría -¡Feliz Navidad!-. Estremecido le
respondió al brindis con un -¡Feliz Navidad, Papá Noel!-, que partió
del fondo de su corazón, mientras sentía que en ese día cálido de
verano una brisa fría acariciaba su viejo rostro, pálido y arrugado.
Y entonces, pudo
percibir claramente como Papá Noel con una sonrisa en los labios, le
decía que aún estaba esperando en las nubes del cielo que llegara
pedaleando con su bicicleta voladora. En tanto, con su alma llena de
felicidad veía cómo los copos de nieve caían mágicamente por entre
las estrellas, en ese verano de Buenos Aires. |